Creo que SER NARRADORES es una experiencia fundante en mi proceso 
docente y puedo intuir que también lo va ser para mis compañeros de urdimbre. Lo es en cuanto está siendo una experiencia de aprendizaje colectivo, en que muchas personas nos vamos implicando en unas reflexiones comunes y necesarias para este tiempo de crisis. Lo es, en cuanto implica un ejercicio de creatividad que extrae relaciones significativas con las cosas, los lugares y sobre todo las personas que conforman nuestra noción de realidad.

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 Porque a partir de este trabajo cuestionamos la noción de autor, como una figura que surge de la genialidad individual y en cambio da lugar a un hacer colectivo que desde la subjetividad se permite el entendimiento común de conceptos vitales. Una aguja que puede pasar de mano en mano formando un solo tejido. Este trabajo se constituye en nosotros como una evidencia de la posibilidad de la creación desde la disonancia, la diferencia y la distancia, siempre que existan en función de lo nuevo, lo inédito, lo empático, como una manera de tender puentes de entendimiento y solidaridad. 

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Pero sobremanera la experiencia de creación constante que ha implicado este ejercicio es muestra de la revitalización de la figura del narrador, una figura necesaria en los días obscuros en que se arremete con todos los medios, incluso los más terribles por el silenciamiento de ser humano. Insistir incansablemente desde la escuela en rescatar, reevaluar y posicionar al narrador nuevamente en la sociedad como antídoto para combatir, el desequilibrio de poderes, la inequidad y la injusticia que deja a su paso esta estela de muerte y olvido, que propaga la sensación de desesperanza y tristeza procurando la inmovilidad, estado lamentable que impide que algo cambie, perpetuando y ahondando estos males. SER NARRADORES, atiende a esta urgencia de la voz en cuanto es movimiento, cambio, ruido, imagen, palabra fluida, es ante todo vitalidad.